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  • 19 ABR 2024, Actualizado 00:38

CON MARTHA DEBAYLE

CON MARTHA DEBAYLE. El cerebro y el odio

Si ustedes son de los que odian intensamente, les vamos a decir qué particularidad hay en su cabeza, contra los que casi no sienten odio por lo demás

El cerebro y el odio

El cerebro y el odio / Getty Images

Mexico City

Eduardo Calixto, neurofisiólogo, Médico cirujano con Maestría y Doctorado en neurociencias por la UNAM.

El circuito neuronal del odio

El odio es un sentimiento muy complejo que el cerebro etiqueta con varias emociones y conductas: repulsión, enojo, antipatía y aversión.

El odio se inicia con inferencias y razonamientos pensando en:

1) nosotros mismos

2) en las personas que más queremos

3) que han representado importancia en nuestra vida.

La corteza prefrontal hace el análisis y la justificación de nuestra emoción negativa.

Racionaliza y evita la desaprobación social, ajustando la emoción de acuerdo a quien se lo decimos.

Paradójicamente las personas más significativas para mi cerebro pueden generar más rápido y más intensa la sensación de odio.

PERO también hay factores que atenúan o exacerban el odio:

A) aprendizaje

B) factores sociablemente predeterminados.

Te odio con mi cerebro

Al decir: te odio, se activa selectivamente un circuito en el cerebro: la activación en serie y en paralelo de la corteza prefrontal, amígdala cerebral, giro del cíngulo, putamen, hipocampo, corteza insular y premotora bilateral, promoviendo dolor, desdén, emociones, memorias y asco con proyección de desaprobación social.

El odio se activa por inferir o pensar en lo que otros piensan y hacen en contra de nuestros principios. Asumimos un potencial riesgo en opiniones en contra o cuando lesionan nuestra autoestima, pero si pensamos en que el otro es tonto, poco inteligente o inmaduro, el odio disminuye.

Odiar infiere una conducta agresiva, planeación de actividades y procurando predecir lo que las otras personas opinan de nosotros, en una clara actitud de defensa. El odio es mal visto, pero es muy bien entendido por los demás.

Del amor al odio: el putamen.

Al observar resonancias magnéticas las imágenes cerebrales de individuos que refieren odiar, se activan mucho las estructuras cerebrales denominadas putamen y la ínsula, que son áreas que se activan en el circuito del amor o la pasión. De hecho, en una pasión profunda la red neuronal del putamen se activa de la misma intensidad y proporcional que cuando odia, en medida del agravio cuantificado.

En la pasión no hay control congruente de los frenos sociales, pero se acompaña de una actividad de emociones positivas, empáticas, no cuestionamos o juzgamos. En el odio, los frenos sociales se van perdiendo, se siente dolor asociado a un criterio sesgado y calculado para cuestionar todo y buscar venganza hiriendo. El odio genera una actitud anticipatoria y predictiva.

Odiamos con la misma neuroquímica del amor, pero secuencia distinta.

Odiar significa focalizar, interpretar e ir gradualmente quitando la objetividad. La noradrenalina nos favorece poner atención y al mismo tiempo activa la sudoración, actividad cardiaca y respiración. La dopamina busca incrementar los procesos cognitivos, buscando tener la razón, la cual, de no obtenerse obsesiona y disminuye los filtros sociales generando deseos negativos a la persona odiada. Los niveles de serotonina y oxitocina cambian, nos obsesiona la idea, nos duele y al mismo tiempo necesitamos de una explicación y sensación de justicia, por ello, pueden llegar a desaparecer los niveles de oxitocina asociado a una disminución de serotonina, generando un cerebro antisocial y poco solidario.

Redes sociales

Lo inmediato genera poco procesamiento de análisis en el cerebro, pero le llama más la atención y propaga más rápido. El odio esta atrás de conductas violentas, intolerantes y hostiles. Se amplifica en redes sociales e internet. El ecosistema digital favorece la comunicación, pero entre otras cosas la aparición del odio entre ideas, grupos y formas de pensar. Señalando con esto, que se odia el contenido, más que la persona, en relación a que lo prejuicios pueden hacer que se odie más a la persona que su manera de pensar. Los generadores de odio están organizados, se conectan y autorreparan, es decir, se hacen resistentes, su mayor objetivo es encontrar y detonar las emociones negativas.

Ojo por ojo y el mundo es tuerto, o ciego.

Las personalidades reaccionarias, sin filtros, maquiavélicas, amenazadoras, mentirosas, generan odio más fácil.

Las personas que odian tienen la amígdala cerebral derecha más grande, la cual se relaciona con el miedo, por ello a más miedo se responde con amenazas y desaprobaciones.

Las personas que reaccionan en modo “todo o nada” tienen disminuido el volumen del giro del cíngulo, por lo que las decisiones, interpretaciones y ver opciones alternativas se reducen significativamente, estas personalidades dependen de patrones sociales rígidos y efectivamente, resuelven odiar, por odiar, a cambio de… nada.

Además, las personas que persiguen objetivos sin mediar alternativas, suelen generar ambientes de odio que les satisface, lo que implica una gran actividad del estriado dorsal, su venganza despiadada es lo único capaz de calmar y hacer su objetivo su odio.

El odio hace de nuestra mente un instrumento peligroso. El odio se contagia socialmente y después se aprende, se proyecta. Es de fácil activarlo, pero complicado en controlar, nos hace vulnerables, manipulables y cambia nuestra forma de racionalizar.

Semejante a la envidia, el odio se da más cuando queremos y admiramos. Por ello, cuando nos sentimos engañados, utilizados o traicionados el sentimiento positivo se sustituye con el enojo y el deseo de venganza.

Para muchos el odio puede ser una motivación o energía para salir más fortalecido y demostrar que son mejores personas, esto motiva incluso cambios metabólicos en el cerebro.

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