Los desalojados del Bordo de Xochiaca: de poco a nada

Por David Galván. México.- Con sólo 23 años de edad, Jorge Alberto Reyes acumula en su haber unos 13 años dedicándose al oficio de pepenador. Es toda la vida que conoce. La heredó de sus padres y ahora ocupa más de 10 horas al día en buscar material reciclable como pet, cartón y todo tipo de metales. “Yo nací aquí en Neza. Mis papás eran de aquí del tiradero y todo el tiempo he estado aquí. Desde Neza I, Neza II que fue en Sor Juana y Neza III es este. Yo aquí empecé desde los 10 años, porque te digo que aquí crecí, toda mi vida he estado aquí”. Si estas labores parecieran poco propicias para una persona adulta, dado el riesgo a infecciones, las condiciones insalubres, un piso compuesto de lodo y desechos orgánicos, vidrios rotos, muebles, etcétera, la presencia de menores de edad viene a empeorarlo todo. Visitamos el tiradero de basura a cielo abierto Neza III, ubicado en este municipio mexiquense, en el cruce de las avenidas Bordo de Xochiaca y Vicente Villada. En medio del paso constante de carretas y camiones de basura, la zona de banqueta, cruzando la avenida, es ocupada por habitantes recién desalojados de un predio invadido, conocido como ‘Las Casitas’, que se hallaba a un costado del basurero

Hace poco más de un año, al cierre de actividades del depósito, se determinó permitir su funcionamiento únicamente como Centro de Transferencia para unas mil 200 toneladas de basura que generan al día Ciudad Nezahualcóyotl. Aquí se encuentra el sustento principal de las más de 600 familias desalojadas por 5000 policías estatales a las 4 de la madrugada del sábado dos de agosto, sin una orden judicial de por medio. Pese todas las carencias, sin servicios, a falta de agua de la que se proveían a través de pipas, desde hace 10 años se había montado una mini ciudad para sacar adelante a los pequeños que vivían rodeados de los desperdicios y de un constante olor fétido

“(¿Dentro de este predio?) Sí, de este predio teníamos un centro de salud, teníamos una primaria, un kínder, nuestra Iglesia, donde cada ocho días hacíamos misa porque somos católicos, somos creyentes, somos gente de bien y mucha gente necesitada que nos dejaron en la calle, con niños recién nacidos, niños chiquitos, y ahorita a muchos niños tenemos enfermos por lo mismo de que nos sacaron a las 4 de la mañana y no nos dejaron sacar absolutamente nada, todas nuestras cosas se perdieron ahí”. Los colonos de ‘Las Casitas de la Villada’ relatan que los niños no los acompañaban a la pepena. Permanecían en la parte frontal, en estas viviendas improvisadas con al menos un techo que los resguardaban mientras ellos acudían a obtener un sustento. Ahora están en la calle, viendo pasar constantemente el Mexibús que va de Pantitlán a Chimalhuacán, padeciendo las lluvias y preocupados por donde dormir, por saber qué van a comer mañana “No les habíamos ningún daño. No les causábamos ningún daño. Lo único que hacíamos era ir a pepenar el desperdicio que toda la humanidad venía a arrojarnos acá. Era de lo que nos manteníamos y eso es lo que le molestó al gobierno y nos echó a la calle. (¿Y ahorita los niños donde están durmiendo?) Aquí, adonde usted ve, aquí en nuestra calle, esta es nuestra casa, aquí es la casa, el hogar de nuestros niños, el hogar que el gobierno nos otorgó”. En un improvisado comal este grupo de personas calientan sus últimas provisiones mientras la olla oxidada con algún tipo de caldo es sobrevolada por decenas de moscas. Ahí permanecen los habitantes de ‘Las Casitas’, con sus hijos recostados en mantas y cartones, a la espera de una respuesta de la autoridad mexiquense, vigilados por las patrullas municipales y añorando lo que había en los escombros, esas pocas pertenencias que fueron reducidas a nada por la maquinaria.