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  • 25 ABR 2024, Actualizado 19:10

CON MARTHA DEBAYLE

CON MARTHA DEBAYLE. ¿Siempre estás como de malitas?

De ser así, quizá van por la vida usando la armadura de la “ira justiciera” para defenderse de tu propia envidia y agresividad

¿Siempre estás como de malitas?

¿Siempre estás como de malitas?

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Ciudad de México

En cabina con Mario Guerra, tanatólogo, conferencista, business coach, psicoterapeuta (TW: @marioguerra).

A veces estamos continuamente enojados. El mundo parece haberse vuelto loco y ya nadie respeta a nadie; ya nadie es tolerante con nada y eso a muchos les provoca una sensación de indignación e injusticia permanentes. ¿Pero qué puede esconderse detrás de un estado de continuo enojo? ¿Es realmente la injusticia del mundo o hay algo más adentro que duele y se oculta? De ser así, quizá vas por la vida usando la armadura de la “ira justiciera” para defenderte de tu propia envidia y agresividad.

¿Qué es la “ira justiciera”?

Es el enojo constante y casi permanente que experimentan algunas personas cuando creen que todo se lo merecen y alguien los ha tratado de una forma que consideran injusta para sus necesidades y estándares personales.

Básicamente podemos decir que viven como “de malitas” porque las cosas que pasan a su alrededor no son a su modo.

¿Cuáles son las injusticias de las que dicen ser víctimas”?

Negarles algo que quieren.

Es decir que, si quieren algo, nadie les puede decir que no a nada.

Sentirse criticados.

Para ellos cualquier comentario menor, o discordancia con sus puntos de vista, se puede convertir en una profunda crítica. Son muy del “están conmigo o están contra mí”. Por cierto, ellos son muy críticos.

Sentirse incomprendidos.

Esto vá más allá de una negativa o crítica puntual; es como experimentar una sensación de no pertenecer o de rechazo de los otros.

En realidad son ellos los que no comprenden o aceptan muy bien a los demás.

No recibir la empatía que necesitan.

Como para ellos, los únicos que “verdaderamente sufren” son ellos mismos, no es explican cómo los demás no les dan un trato especial.

En realidad ellos mismos son muy poco empáticos con los demás.

¿Pues qué no querer todo eso es normal?

Claro que sí, pero ellos lo esperan siempre y de todos.

Aunque es legítimo esperar un buen trato, la realidad es que no siempre sucede y la mayoría de las personas hemos aprendido a adaptarnos a la imperfección de la humanidad.

Lo que esperan es un trato especial porque, según ellos:

Han sufrido

No han tenido las mismas oportunidades o suerte que otros más afortunados.

El destino ha sido injusto con ellos

La vida se las debe

La infancia que tuvieron

Mi hermano era el consentido y yo no.

No le han hecho mal a nadie (por lo que deben ser reconocidos y recompensados)

Sólo por ser ellos.

¿Qué no son como narcisistas o manipuladores?

No, porque el narcisista si no tiene lo que quiere va y lo trata de obtener en otra parte. No hace drama porque no le duele, simplemente desprecia al que no sabe reconocer su grandeza.

Tampoco son como el manipulador tradicional, porque su drama no lo hace con fines de que el otro caiga en su trampa; esto es como una reacción más de genuina vulnerabilidad e indefensión. Una necesidad de ser cuidados y amados.

¿Cómo reaccionan estas personas permanentemente enojadas?

La indignación es su estado más identificable.

De hecho viven en una perpetua indignación no sólo por lo que les pasa, sino por lo que pasa en el mundo. Recordemos que para ellos todo es injusto y que la justicia no es una cualidad inherente de la condición humana, por eso se la pasan tan mal.

¿Entonces debo permanecer impasible ante las injusticias? (seguramente ahora mismo se está preguntando quien es así).

La respuesta es no, si no lo quieres. Pero tampoco deberías vivir en eterno enojo como si alguien te hubiera nombrado paladín de la humanidad. Se pueden defender causas injustas sin desarrollar tics de ansiedad o que se te duerma la mitad de la cara a cada rato. Es aprender a disfrutar lo que hay para desde ese estado buscar cambiar lo que haga falta.

Pueden gritar, llorar, hacer berrinche e incluso dejarte de hablar o alejarse.

Es como que tienen un resorte que si no los hace saltar, permanentemente les mueve la cabeza como muñequito cabezón de tablero de auto.

Culpar a otros y defensividad agresiva.

Como los niños lo hacen, siempre fueron “otros” los causantes de cualquier calamidad. Hay que sentirse bueno e inocente para poder sostener la ira justiciera y levantar el dedo flamígero contra los pecadores.

Culpan a los demás por “hacerlos sentir tan mal y ser tan malos con ellos de forma consciente y deliberada”.

Su intención última, aunque inconsciente, es resguardarse como un animal herido para evitar ser lastimados una y otra vez.

¿Entonces de dónde viene realmente esta actitud?

El orígen de esto está en la infancia temprana en donde pudimos haber sido inadecuadamente cuidados, incluso maltratados, y eso nos hizo una personalidad extremadamente frágil e impotente.

Lo que ronda en las profundidades del alma es miedo, culpa y vergüenza. Un sentimiento de ser ignorados, estar devaluados, desconfiados o rechazados y no amados.

Lo que mueve a la agresión también es la envidia que se experimentan al sentir que otros tienen lo que yo merezco. Un poco como es la envidia y el enojo continuo del personaje del Grinch.

Es un dolor que se quiere ocultar (y que mejor forma de esconder algo estando atrás de algo que nadie quiere ver, como el enojo permanente de otro).

Es una actitud defensiva, de alto costo emocional, bajo la premisa de que la mejor defensa es una fuerte ofensiva (y que mejor que una derivada de una “gran ofensa”).

Las defensividad tiende a ser infantil como con:

Alta impulsividad y baja racionalidad. Reacciones principalmente emotivas y con un pobre control cognitivo. Necesidad de actuar lo que se siente en vez de identificarlo, contenerlo, procesarlo y expresarlo. La única manera que tienen de expresar lo que sienten es hacerlo de manera visual; como un niño.

Capacidad limitada para comprender las emociones propias y de otros.

De hecho su reacción es más de enojo cuando debería ser de tristeza en realidad.

Incapacidad de comunicar de manera efectiva ideas y necesidades. Sus argumentos rayan más en la palabra “injusticia” y otros elementos emotivos (nadie me quiere, todos me odian, etc).

Hay que decir que hasta cierto punto es natural y comprensible que cualquier persona pueda tener patrones de respuesta regresivos cuando se enfrenta a una traición profunda o situaciones que le provocan enojo extremo, pero no es la norma, como suele ser con las personas de las que estamos hablando.

¿Cuál es el costo de todo esto?

Esta manera defensiva de actuar no sólo mantiene alejadas a la mayoría de las personas, sino que incluso daña profundamente los vínculos de relaciones significativas.

Recordemos que el enojo, como emoción, tiene la finalidad de hacer saber a otros que estamos en desacuerdo con algo que ha pasado para que podamos reparar o enmendar lo que ha pasado y restablecer la relación en nuevos términos. Es por eso que el enojo es tan visible como expresión emocional.

Pero si lo que en realidad se esconde tras el enojo es otra cosa, no ya forma que nadie pueda hacer algo efectivo para sanar la situación, porque realmente es otra cosa lo que la está provocando. Es como usar pomada de árnica sobre la piel para tratar una fractura que está en el hueso.

De aquí surge precisamente la sensación de ser incomprendido. No podemos esperar que otros entiendan lo que nosotros mismos no comprendemos.

¿Qué hacer?

Aunque el enojo y la indignación nos coloca en una posición de relativa superioridad con relación a los que nos pueden haber lastimado, lo que hay que reconocer es lo personal; lo que duele y lo que hace falta y que no viene desde afuera. Es reconocer que nosotros también nos hemos equivocado y que nuestra defensividad ha sido agresiva y profundamente envidiosa.

Reconocer que todo lo que se proyecta en los demás son sentimientos que pueden estar experimentándose en lo profundo hacia uno mismo.

Que entonces cada uno debe ser tratado con respeto y paciencia en vez de culpándole y con agresión.

Es acercarse a quien nos ha lastimado y, con humildad y no-agresión, hacerle saber que lo que hace o hizo, nos duele.

Imaginemos en última instancia a un niño o niña muy enojado y asustado; que se siente culpable y avergonzado y que quiere esconderse de todos para que no lo lastimen más. Se ha sentido criticado y maltratado por la persona en quien más confiaba y la que se supone que debería haberle protegido. Ya no confía en nadie y todo le parece injusto. Bueno, pues ese niño o niña existe en tu interior y es el que te hace actuar de esa manera tan destructiva. ¿Qué te gustaría poder decirle o hacer con él que no sea regañarlo una vez más? Por ahí empieza el camino.

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