Educar y educarse para ser feliz
Si algo nos han dejado estos meses que sacudieron al mundo han sido infinidad de lecciones pero sn duda, una de ellas es qué onda con la felicidad
Educar y educarse para ser feliz
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Ciudad de México
Dr. Enrique Tamés, Director de proyectos de Florecimiento Humano Tecnológico de Monterrey. Coach certificado // TW: @enriquetames
Las lecciones que nos dejó la pandemia:
• Tantas, pero tantas lecciones nos ha traído esta pandemia, que haría falta hacer una pausa casi tan larga como la pandemia misma para digerir y entender el cúmulo de nuevos aprendizajes y experiencias. Y muchos de estos nuevos aprendizajes tienen que ver con una realidad con la que nos enfrentamos muchas familias, un cambio drástico, de la noche a la mañana: los niños dejaron de ir a la escuela y se quedaron todo el día en casa. ¡Y también los adultos del hogar! Repentinamente, pequeños y grandotes, infantes y adultos nos encontramos encerrados en cuatro paredes, encerrados, sin mucha idea de qué hacer. De golpe y porrazo la realidad nos hizo recordar algo que estuvo presente durante muchísimo tiempo del largo transcurrir evolutivo del ser humano: que los responsables de la educación de los hijos son nada más ni nada menos que los papás. Eso de enviar a los hijos a la escuela toda la mañana, para después en la tarde enviarlos a más clases, es un invento de la última generación, dos generaciones a lo mucho. ¿Qué estamos haciendo los padres de familia con la educación de los hijos? Muchas cosas mal, se los aseguro, y permítanme convencerlos.
• Mi intención, y disculpen tanto rollo, no es deprimir a nadie, es simplemente poner en contexto algo muy, muy importante, que talvez si no hubiera sido por la pandemia, sería difícil convencerlos de lo que en cualquier otra época de la historia humana era algo evidente: los primeros y más importantes figuras de la educación de los niños son su madre y su padre, y a falta de uno de ellos, o de ambos, su círculo familiar más inmediato. No es la escuela, no es la sociedad en abstracto, mucho menos la televisión o internet: son sus padres.
Tu hijo / hija necesita que TÚ seas feliz:
• Ahora bien, el problema no termina clarificando los roles y diciéndole a las mamás y a los papás: ustedes son los formadores esenciales de sus hijos, entiéndalo. El problema comienza allí. ¿Por qué? Porque la idea que tenemos la mayoría de los papás y mamás de lo que es ser responsables de la educación de nuestros hijos está mal. Y le pido me acompañen en el razonamiento. Que no es mío, no estoy solo, me estoy haciendo acompañar de una de las mentes más ilustres en los temas de desarrollo de infantes: se trata de Alison Gopnik, psicóloga, filósofa, profesora e investigadora de la Universidad de California en Berkeley, y que escribió en el 2016 un libro que sigue causando revuelo: The Gardener and the Carpenter: What the New Science of Child Develpment Tells Us About the Relationship Between Parents and Children.
• El resumen del libro es bastante fácil de explicar, y las consecuencias son enormes para los tiempos que estamos viviendo: básicamente Gopnik muestra como a través de las más recientes investigaciones sobre el desarrollo de la mente de los infantes que el gran paradigma de la educación de la clase media actual está perfectamente mal y le hace un daño terrible a los niños. ¿Cuál es ese paradigma de la educación que tiene la clase media actual? Alison Gopnik critica la idea que tienen los padres actuales del “parenting”, (crianza), concepto que dice Gopnik hace 60-70 años no existía como lo entendemos ahora.
• La idea que tenemos hoy de “crianza” se asemeja a la labor que hace un carpintero: lo bueno o malo de un carpintero lo juzgamos a través del resultado de su obra: la silla o la mesa que hace: “tan bien le sale”. Lo mismito pensamos de la crianza el día de hoy: eres buen o mal padre o madre dependiendo de “cómo te sale tu hijo o hija” (piensen en la terrible implicación de la frase “me sacó 10”). Sigamos con el símil del carpintero: el carpintero, para que le salga bien la silla que está haciendo, sigue pasos muy metódicos, muy precisos: escoge la madera, la mide, la corta, le clava, la pule, todo con una planeación y una precisión matemática: controla todas las variables que puede controlar.
• Ahora pasamos a la labor de una padre o una buena madre el día de hoy:
• Escoge los entornos de los hijos: la escuela, la comida, la hora de hacer esto o lo otro, los amigos, etc, al grado de que los padres se vuelven responsables del resultado (recuerden, el carpintero es responsable del resultado: qué tan buena o mala es la silla).
• ¿Y cuál es el resultado de controlar estas variables en el caso de los niños? Pues que van a sacar las mejores calificaciones, que van a ser los niños mejor portados, los más inteligentes, y los más felices. Y esto dice Gopnik va totalmente en contra de los que necesita el desarrollo del infante desde un punto de vista psicológico, neuronal, emotivo, etc. Ya que un niño, una niña, no necesita, repito, NO necesita ser el más inteligente, el más bien portado, el más feliz, quien lo necesita es el padre o la madre, pero no el hijo o la hija. ¡Y esto es una tragedia! Las expectativas de los padres no son las realidades de los niños, ellos lo que quieren es jugar, por cierto, la actividad de aprendizaje por excelencia en el desarrollo de los infantes, y un espacio cada vez más restringido en la rutina de los niños y niñas en el mundo.
• Ahora bien, si los hijos no necesitan que sus padres sean unos carpinteros, ¿qué necesitan que sí sean? Alison Gopnik viene ahora con la figura del jardinero, muy diferente a la del carpintero. Por definición, un jardinero no puede controlar las variables que controla un carpintero: un jardinero pone ciertas condiciones, pero necesita fluir y dejar que la tierra, el clima, y la propia planta hagan su parte: a veces la planta crece, a veces no, a veces crece rápido, a veces se detiene, a veces necesita más agua, a veces necesita menos, a veces hay que cambiarla de lugar porque le pega mucho sol, a veces poco. Ser jardinero significa fluir, y lo más importante, de acuerdo con Gopnik, no garantizar ningún resultado. En realidad la profesora de Berkeley no está diciendo algo nuevo, nos está recordando con ciencia nueva lo que durante generaciones supimos: recuerden cuando nuestro abuelos y abuelas, bisabuelos y bisabuelas, tenías 5, 8, 10 hijos. ¿Ellos se hacían responsables de cómo “salían los hijos de adultos”? En una frase: “ni madres”. Ellos hacían esfuerzos a veces sobrehumanos para quererlos un chingo y llevar el pan a la mesa todos los días, lo demás, era “arréglenselas como puedan”. En otras palabras, eran jardineros, sembraban y cuidaban el jardín hasta donde podían, pero era la planta la que tenía que poner de su parte para florecer. Y de esto se trata, de florecer.
Conclusión:
• Ir contracorriente siempre es complicado, y más cuando se trata de los hijos y de los vínculos emocionales que guardamos con ellos, pero parte de la fórmula está apareciendo de manera muy clara dada mucho investigación científica de los años recientes: los niños no necesitan ser una “silla perfecta”, de modo que el esfuerzo paterno y materno para construirlo no sólo es estéril, sino peligroso.
• Es mucho mejor la fórmula del jardinero, dar las condiciones básicas que necesita toda planta para florecer: agua, sol y buena tierra. ¿qué es eso en términos de desarrollo humano? Algo, que aunque cliché, es profundamente cierto: nuestros infantes para florecer no necesitan de “dieces”, de ser primeros lugares, de clases extras de todo, y de regímenes de “activitis”: lo que necesitan es mucho amor, aprender del ejemplo, de la congruencia, y de la aceptación. Así de sencillo, así de complicado.