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  • 25 ABR 2024, Actualizado 22:58

¿Sabías que el intestino es el segundo cerebro?

Barry Sears, investigador del Instituto Tecnológico de Massachussets, explica cómo protegerlo

Nuestro segundo cerebro: El intestino

Nuestro segundo cerebro: El intestino

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México

El intestino registra emociones: como si fuese un pequeño cerebro, contiene una red neuronal muy compleja, que no piensa pero se comporta como un "órgano sensorial".

¿Cómo interactúan cerebro y estomago?

A nivel molecular esta interacción es increíblemente compleja.

El tubo digestivo contiene más de 100 millones de neuronas distribuidas en un sistema nervioso propio: el sistema nervioso entérico, que secretan las mismas sustancias que las que se encuentran en nuestro sistema nervioso central.

Existen vías nerviosas que conectan específicamente las áreas cerebrales relacionadas con nuestras emociones y pensamientos:

  • el sistema inmune
  • el sistema endócrino
  • el sistema nervioso entérico entre sí

Cuando la función en esta conexión se ve perturbada, empezamos con síntomas gastrointestinales e, incluso, emocionales.

¿Cómo interpreta el cerebro la información?

El cerebro interpretará la información que le envía el intestino de acuerdo a nuestro estado de ánimo y a nuestro entorno.

Por ejemplo, si tienes intestino irritable sufrirás ansiedad anticipada a una situación potencialmente amenazante, como puede ser un evento social en el que tengas que comer y tu estomago se anticipe a que tendrá movimientos intestinales o urgencia para ir al baño.

El solo hecho de pensar esto, incluso horas antes, le activará las mismas áreas cerebrales de alerta que se activan en una crisis de pánico.

La llegada de comida al estómago hace que se liberen al torrente sanguíneo numerosas hormonas.

El estrés

Cuando hay estrés, el cerebro le manda al intestino un mensaje: ‘necesito energía extra’, y el intestino, solidario, reduce sus funciones.

Hay menos flujo de sangre en el intestino, y también menos mucosa protectora recubriendo sus paredes.

Cuando la situación de estrés se mantiene durante mucho tiempo y se convierte en habitual, esa barrea protectora se hace más fina, y las bacterias se acercan a la pared del intestino y las sustancias químicas que producen inflaman el intestino y también pueden pasar a la sangre.

Y como el intestino y el cerebro está conectados, eso puedes sentirte aún más estresada.

LOS “SENTIDOS” DE NUESTRO ESTÓMAGO

Memoria: La proteína que quema la grasa corporal se encarga también de la memoria; por eso los obesos son más propensos a la demencia.

Bienestar: El estado de ánimo se aloja en el estómago, ya que ahí se produce y almacena el 90% de la serotonina, la ‘hormona de la felicidad’.

Sueño: Cuando relajamos las tripas, nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, que relajan e inducen el sueño.

Estrés: Ante una emergencia, el cerebro toma energía del intestino. Las tripas se ‘rebelan’ y envían señales como malestar estomacal.

Gula: Las billones de bacterias que se alojan en el intestino eligen sus propios nutrientes para prosperar: a veces son más golosas que tú.

Miedo: El pánico hace que el cerebro espante al intestino grueso. Éste ya no dispone de tiempo para absorber líquido y el resultado es diarrea.

Síndrome del intestino permeable

La atmósfera que los microbios necesitan para sobrevivir en el colon es un mundo muy diferente en comparación con el necesario para que nuestras células humanas puedan existir.

9 signos del síndrome del intestino permeable

Problemas digestivos tales como gases, hinchazón, diarrea o síndrome de intestino irritable (SII).

Alergias o asma estacionales.

Desequilibrios hormonales, tales como el síndrome premenstrual o síndrome de ovario poliquístico.

El diagnóstico de una enfermedad autoinmune tal como artritis reumatoide, tiroiditis de Hashimoto, lupus, psoriasis, o enfermedad celíaca.

El diagnóstico de fatiga crónica o fibromialgia.

Problemas del estado de ánimo y la mente, como la depresión, la ansiedad, ADD o ADHD (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad).

Problemas en la piel tales como acné, rosácea o eczema.

Diagnóstico de crecimiento excesivo de cándida.

Alergias alimentarias o intolerancias alimentarias.

 

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