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  • 24 NOV 2024, Actualizado 13:13

10 efectos de una infancia complicada

Mario Guerra, el "Rockstar del Amor", expone las repercusiones más comunes de haber tenido una infancia complicada

¿Cuáles son las repercusiones de haber tenido una infancia complicada?

¿Cuáles son las repercusiones de haber tenido una infancia complicada?

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México

1. Autoimagen distorsionada

Los padres hacen el efecto de un espejo del “Yo interior”. Un bebé no puede reconocerse a sí mismo, así que necesita del reflejo de sus padres, especialmente la madre, para saber si es amado por quien es y como es.

Los padres que constantemente regañan, critican, culpan o desprecian a sus hijos son como espejos rotos que distorsionan la imagen del infante, que se convierte en un adulto que se siente indigno, inadecuado, insuficiente y no digno de ser amado. Incluso podrían tener problemas con su imagen corporal, su autoestima o serios problemas para relacionarse sanamente, buscando dar algo a cambio de amor, porque lo que son, no es suficiente.

2. Límites deficientes

En una infancia sana se le enseña al niño o a la niña que sus padres están ahí, pero que los hijos no son una extensión de ellos y que sus necesidades y tiempos son tomados en cuenta y respetados.

Bajo el argumento de que “es por su bien” o “para educar”, al niño se le obliga a aceptar la intrusión de extraños en su vida (saluda a tu tía y dale beso) o de los propios padres con actitudes sobreprotectoras o ansiosas (ya ves, por eso te pasan cosas, por no obedecerme).

Por otro lado, están los padres “engañadores” que se vuelven poco confiables para el niño (dime la verdad y no te va a pasar nada) o aquellos que no atienden necesidades por estar muy ocupados.

El efecto de esto es un adulto desconfiado, que sólo se va a relacionar a niveles superficiales por temor a perder su independencia y autonomía (temen al compromiso) o que será muy sensible a los límites sanos que otros le pongan, porque todo lo sentirá como rechazo. Ven los límites como desprecio. (por qué no me contestas los mensajes, ¿qué ya no me quieres?). Piensan que la codependencia es amor.

3. Eligen parejas tóxicas

Un adulto que abusó física, psicológica o verbalmente de un niño, deja una profunda huella en su psique y una gran distorsión del concepto de amor.

Uno identifica lo que reconoce. Si en la infancia se aprendió que quien debía amarnos nos trató mal, entonces se piensa que ese maltrato es amor.

Entonces se tiende a buscar y aceptar el amor de personas que nos dan el mismo trato que recibimos en la infancia. Aunque es doloroso, es lo conocido y se acepta porque no se aprendió otra cosa. Es como haber sido criado por una “mamá cactus”. Era espinosa, lastimaba, pero era la única fuente conocida de amor y seguridad que, a pesar del dolor que provocaba, se necesitaba para vivir. Cuando se crece así, lo que se busca son parejas cactus... “si no duele, no es amor”.

4. Desconfianza

Padres emocionalmente inestables, hipersensibles, hipercríticos o explosivos, crean un ambiente donde ni una planta puede crecer sana (a veces la ahogas y otras la dejas secar).

Es verdad que de niños necesitamos estimulación amor y un sentido de pertenencia para florecer, pero con alguno de los padres se vuelve impredecible en sus reacciones, el menor aprende que la vida emocional es un campo minado. Que a cada paso hay peligro y que uno no puede plantar el pie con confianza sin que exista el riesgo de sufrir.

Un adulto que creció bajo este esquema se vuelve altamente desconfiado, que espera el abandono de un momento a otro, que incluso buscan señales de traición en amistades y que una pareja seguro los deja por alguien más.

5. Apego inseguro

De niños necesitamos que nuestros padres nos ofrezcan un equilibrio entre una base segura y exploración. Cuando este delicado equilibrio se rompe y los padres se inclinan hacia la sobreprotección o hacia el descuido, el menor crecerá atemorizado de desapegarse de quien ama o abandonado por no recibir la estabilidad y seguridad emocional necesarias.

En la edad adulta esto repercute, por un lado, en temor, aversión al riesgo emocional (enamorarse por ejemplo), incapacidad para tomar decisiones, miedo y ansiedad. Por otro lado, puede haber aprendido a proveerse a sí mismo de toda la seguridad que no recibió y entonces no podrá vincularse emocionalmente con otros porque siempre tendrá puesta su armadura protectora que le da seguridad; su soledad.

6. Sentimiento de aislamiento

Es verdad que lo primero al nacer es sobrevivir, pero una vez alcanzado esto, lo que buscamos es florecer; desarrollarnos de manera sana con un sentido de identidad y pertenencia a los nuestros.

Frases como “ni pareces mi hijo”, “qué vergüenza como te comportaste”, “lárgate de aquí no te quiero ver” o “Dios, por qué me castigaste con una hija así” son dolorosas formas de excluir a un hijo diciéndole “tú no eres bienvenido en esta familia”.

El costo de este tipo de tratos es un adulto que crece con vergüenza de ser quien es, con un sentimiento de indignidad, retraimiento, timidez y de no tener un lugar propio en este mundo o un “para qué” haber nacido.

7. Pobre inteligencia emocional

Los padres nos enseñan a reconocer necesidades específicas y emociones cuando satisfacen adecuadamente lo que requerimos. Cuando nos viene una sensación desagradable en el estómago y nos alimentan, por ejemplo, nos están enseñando que esa sensación se llama hambre y que puede acallarse con alimento. De igual forma cuando un trueno nos altera y nuestros padres nos abrazan y consuelan, aprendemos lo que es el miedo y la forma de contrarrestarlo. Igual pasa con la tristeza y otros sentimientos.

Cuando no se cumple esta función, de poder identificar y dar nombre a las emociones, el niño se convertirá en un adulto que será incapaz de canalizar adecuadamente sus impulsos o identificar emociones en los demás (falta de empatía). En lugar de verbalizar lo que siente, y poder así generar soluciones y acuerdos, lo actuará, esperando que el mundo comprenda que necesita o quiere decir cuando azota una puerta o se aplica la ley del hielo.

8. Miedo a fallar

Cuando aprendemos a hablar o comer, lo hacemos normalmente en libertad y con la guía de unos padres que comprenden que todo proceso de aprendizaje va de la mano del ensayo-error. Amor, paciencia y perseverancia es lo que requerimos en estos procesos.

Pero cuando lo que se recibe son gritos, regaños, críticas y frases como “no es posible que nunca hagas nada bien” o “estás idiota o qué tienes en la cabeza”, es evidente que todo lo que se intente de ahí en adelante (si es que se sigue intentando) vendrá ahora entintado de miedo y ansiedad.

En la vida adulta el impacto es contundente. Personas ansiosas, que se autolimitan en logros, con gran miedo no sólo al fracaso, sino al éxito (por miedo a que la siguiente meta sea ahora sí la imposible de alcanzar) y que harán lo que sea con tal de no exponerse a un fracaso. Incluso dejar de intentar.

9. Conflicto interno

Es verdad que los padres merecen nuestro amor y gratitud. Pero socialmente esto se inculca más como una obligación de los hijos que como el resultado de una parentalidad amorosa en donde ese amor y gratitud se ganan o se pierden.

Cuando se ha tenido una infancia complicada, a veces cuesta amar a los padres, lo cual genera un gran sentimiento de culpa, pero por otro lado, cuando la herida ha sido profunda o el padre sigue lastimando de alguna forma aún en la vida adulta, hay una profunda frustración al tener que seguir reeditando aquel dolor infantil y sentirse indefenso ante ello. Poder confrontar la omnipotencia parental y humanizar a las figuras de los padres, es una tarea necesaria de todo adulto sano. Entramos al “mundo padre” y al “mundo madre”, pero también eventualmente debemos salir de él sin culpa e íntegros.

10. Represión emocional

Cuando hay padres que maltratan a sus hijos, especialmente de manera verbal o psicológica, son incapaces de reconocer sus propias conductas como inadecuadas y entonces se escudan diciendo que “lo hago por tu bien” y “lo que pasa es que eres muy sensible; no te puedo decir nada porque luego luego haces un drama”.

El adulto entonces aprende que debe aguantar para no parecer quejumbroso o delicado. Calla sus desacuerdos, hace que no pasa nada y permite conductas y tratos que no debería permitir. Nuevamente se coloca en riesgo de reeditar aquel maltrato infantil.

 

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