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  • 19 MAR 2024, Actualizado 07:21

CON MARTHA DEBAYLE

CON MARTHA DEBAYLE. ¿Y… después de los 40?

¿Quién de ustedes siente que si no lograron sus metas en los 30 ya no hay manera de hacerlo?

¿Y… después de los 40?

¿Y… después de los 40?

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Ciudad de México

En cabina con Tere Díaz, psicoterapeuta, especialista en desarrollo personal y terapia de pareja. Su más reciente libro ¿Cómo identificar a un patán? (TW: @tedisen // @LaMontana_ // terediaz.com).

Y es que en nuestro mundo patriarcal se enfatiza de manera exagerada el tema del “envejecimiento femenino”, el cual se banaliza y estereotipa al hablar del mal humor de las mujeres, de su falta de deseo sexual y de su poca disposición a aguantar o hacer lo que antes “toleraban bien”. “¿Pero si el año pasado aún te encantaba prepararme la cena cuando regresaba yo de trabajar? ¡Cómo has cambiado!”.

Temores a atravesar

Pareciera que al decir “estás muy bien para tu edad” subyace el “pero se supone que no deberías estarlo”. ¿Por qué se espera que

Pasados los 40 estemos hechas una ruina o un horror?

Toda transformación implica una actualización y por tanto una cierta crisis de identidad ¿Quiénes somos? ¿Quiénes podemos ser si ya no somos las que éramos? ¿Cómo nos autonombramos en público y en privado?

Los malestares físicos.

La falta de vitalidad.

La vitalidad correlacional con un estilo de vida armónico y con una vida saludable, no con la juventud. La energía cambia, sí, pero también las necesidades y prioridades. La vitalidad implica un estado de bienestar que incluye factores fisiológicos, psicológicos, ecológicos y sociales que nos generan una mejor relación con el cuerpo, mente y entorno.

Pero además del cuidado al cuerpo hemos de observar algo que quita mucha vitalidad las mujeres, y es nuestra condición de “seres para los otros”. Ser satélites de los deseos ajenos nos impide usar la energía para lo que queremos y necesitamos. Hemos por primera vez asumir la responsabilidad de cuidar de nuestra salud y de ejercitar algo central para nuestra satisfacción: el control sobre la propia vida.

La falta de atractividad.

Con el paso de los años nuestros cuerpos van adquiriendo formas, texturas y posturas que no son las de antes. Ni mejores ni perores: diferentes, propias de un cuerpo maduro. Para ello hemos de hacer una redefinición de la belleza que no tenga los dos requisitos actuales de juventud y delgadez. El ideal de “la eterna juventud” no hace espacio al cuerpo y la vida de las mujeres mayores, de ahí el suplicio de tener que seguir enmascarándonos y torturándonos para poder ser admitidas en el único mundo posible: el de las personas jóvenes y delgadas.

Hemos de cuestionar esto y recuperar nuestro cuerpo, valorar su dimensión completa, no solo como objeto de deseo o como modelo de belleza estandar. La exigencia cultural de “ser bellas” nos ata a un ideal esperado estático, con un rol de espera y pasividad (a ver a quién gustamos y nos elige) y que en la práctica ha supuesto la negación de nuestro deseos. Desde niñas recibimos el mensaje de que debemos gustar a los hombres,nuestro máximo valor consiste en ser objeto de deseo.

La belleza sin duda tiene un componente exterior, pero también un componente interior en que desempeñan un papel fundamental la inteligencia, la vitalidad, la emoción, la bondad, que se muestran como poderosas fuentes de atractivo.

No ser sexualmente elegibles.

La capacidad de valorar el erotismo de forma positiva a través del tiempo, incluye el desarrollo de la dimensión erótica de forma integral y no solo hormonal, y esto implica el cuidado al cuerpo integral. El cultivo de la dimensión erótica incluye mucho más que la respuesta sexual:

Todo esto, si bien implica erotismo, habla también de una capacidad de explotar nuestros recursos al máximo a favor de nuestro deleite y del juego seductor con nuestro compañero de vida.

La falta de proyecto personal.

Hemos sido socializadas para ser satélites de las necesidades ajenas y para construir una identidad con referencia a “de quién somos madres… hijas… esposas”. Esto nos ha llevado a hacer del amor y la pareja y la familia, nuestro principal, sino único, proyecto de vida. La sociedad patriarcal a entrenado a las mujeres para descifrar los deseos ajenos (de padres, maridos, hijos), a tal punto de imposibilizarse para descifrar los propios, es más haciendo propios los ajenos. Eje central del psiquismo humano es reconocerse y legitimarse a uno mismo como sujeto deseante.

La falta de autonomía.

Otro obstáculo que enfrentamos para ser protagonistas de nuestras vidas son los vínculos basados en la dependencia: económica, afectiva y legal. Esto nos dificulta a ser verdaderamente autónomas cuando demos muestras de independencia y dispongamos de recursos propios (afectivos, económicos o profesionales). Ej: dificultad de cobrar bien, pedir permiso –subordinación- en vez de opinión –colaboración-, infracción –en vez de transición-. Y es que se piensa que para ser amadas y valoradas se requiere servir y tener el permiso.

La dependencia puede ser sutil e ir más allá de un sometimiento evidentes. Esta dependencia va disfrazada con la forma de amor incondicional.

Esta dependencia tiene su más sofisticado fruto en las mujeres conservadoras.

La diferencia entre independencia económica y autonomía es clave.

¿CÓMO?

Desprenderse de los hijos pequeños para establecer vínculos distintos con hijos adultos. Un intercambio solidario y no el incondicional.

Desprenderse del ideal ilusorio de pareja para vivir intercambios afectivos con la libertad de ser “como una es” y que el otro también es “como es”.

Desprenderse del rol de satélite para ser el del desarrollo proyectos centrados en deseos propios deseos, necesidades, intereses y valores.

Desprenderse de la imposición de la “eterna juventud” para legitimar el derecho a cambiar la imagen física y disfrutar la nueva sin menoscabarla.

Sin desprendimiento no hay nuevos apoderamientos.

¿EN QUÉ CONSISTE EL PROCESO?

Aceptación. Acompañamiento. Protagonismo.

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