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  • 20 ABR 2024, Actualizado 05:51

CON MARTHA DEBAYLE

CON MARTHA DEBAYLE. El discurso de odio y sus peligros

Hemos visto que en países como Estados Unidos ha dejado ataques con varios muertos, ha iniciado guerras en el mundo

El discurso de odio y sus peligros

El discurso de odio y sus peligros

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Ciudad de México

En cabina con Max Kaiser, Fundador del Centro para la Integridad y la Ética en los Negocios (CIEN). Es autor del libro “El combate a la corrupción, la gran tarea pendiente en México” (Twitter:@MaxKaiser75).

El odio es desperdicio de energía. Es la manera más absurda de infligirse daño a uno mismo. Porque nunca nace solo. No es una emoción natural y espontánea del ser humano. Se provoca, se trabaja, se alimenta, se recicla. El odio es la herida a la que tú mismo echas ácido. La herida es un accidente, echarle ácido es una estupidez voluntaria.

Lo mismo sucede con los cuerpos sociales. Los miembros de una sociedad no nacen odiándose. Un bebé de papás nazis no nació odiando a un bebé de papás judíos. Lo enseñaron, le dieron razones, mataron su inocencia y bondad natural, al decirle que había otros seres humanos a los que él debía odiar, porque son diferentes.

Es una semilla terrible que no germina de inmediato. El odio entre personas de un mismo país no surge de la nada porque unas personas apoyan a partidos diferentes que otros, o porque un grupo tiene una religión diferente a la del otro, o porque pertenecen a diferentes razas. No es espontáneo. Se construye a través de narrativas que normalmente surgen para que un grupo se haga del poder. Se construyen con medias verdades o mentiras completas.

El discurso de odio es escurridizo porque nunca surge con ese nombre. Suele esconderse detrás de conceptos globalizadores como el nacionalismo, el bien común, la justicia social, la moral o la religión.

Quienes lo han promovido a lo largo de la historia suelen autoproclamarse salvadores de la patria, de su raza, de su pueblo o de su religión. Surgen con fuerza en momentos de crisis económica y social, cuando más vulnerable y sensible está una sociedad.

El líder político suele aprovechar la debilidad social, la frustración, la urgencia y la ignorancia para crear una narrativa con 5 elementos:

1. El líder se autoproclama el traductor e intérprete de los deseos y necesidades de la nación

2. Afirma que estamos en crisis, por lo tanto, no aplican los criterios normales (jurídicos, éticos, morales, etc.)

3. Por lo tanto, se requiere unidad en torno a él y su proyecto

4. Así, los críticos no están en mi contra, sino en contra de la salvación (o de la justicia social, del bien común, o de la moral), y siempre son ubicados a través de etiquetas generales, fáciles de reconocer (Raza, región, sector socioeconómico, partido político, religión, etc.)

5. Por lo tanto, se justifica la persecución de quienes “odian” al país, y no quieren su progreso

Es una narrativa muy poderosa porque se aprovecha normalmente de una realidad objetiva (la pobreza, la violencia, la crisis económica), es decir, algo que está sucediendo y es verificable, simplifica los problemas en una caricatura de buenos contra malos, y apela al sentimiento más básico y primitivo de los seres humanos: el miedo.

“Los malos te están quitando lo más preciado que tienes (o te lo quieren quitar) y la única manera de que eso no suceda, es que todos se unan en torno a mí”, es básicamente lo que dice el líder político que quiere explotar esta fórmula.

Por eso, quienes se suben en este barco, lo hacen con tanta vehemencia. Porque su líder los convenció de que no hay alternativas, y quienes las propongan, quienes piensan diferente, en realidad lo hacen por interés propio, para seguir ganando con el estatus quo.

Esto hace imposible el diálogo civilizado. ¿Cómo puede alguien querer dialogar con quien odia la patria? Y del otro lado, ¿Cómo va a dialogar aquel con quien lo acusan de odiar a la patria?

El discurso de odio tiene tres responsables: los líderes políticos, los medios de comunicación y las personas de una sociedad.

a) La Responsabilidad de los Políticos

El poder es una responsabilidad, no un privilegio. Quienes detentan el poder por la vía democrática deben ser conscientes, en todo momento, que gobiernan para todos, y que tienen que rendir cuentas a todos.

El artículo 1 de la Constitución, aquel con el que inicia el documento que funda todo el poder político dice:

“En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales (..)

Todas las autoridades, en el ámbito de sus competencias, tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad.”

Así, el primer responsable de evitar cualquier tipo de expresión que provoque, instigue, promueva o aliente el odio entre personas, es aquel que detenta un cargo público. Su deber más importante es que todos los mexicanos podamos ejercer nuestros derechos, libres de todo tipo de violencia o ataque.

Quien ostenta el poder tiene herramientas institucionales para responder a la crítica, y debe hacerlo siempre con verdad y sustento, o puede ser sujeto a una responsabilidad. Cuando responde a la crítica con una acusación falsa, un señalamiento injusto o una mentira, promueve desde el poder el enfrentamiento entre mexicanos.

Cuando lo hace con verdad y pruebas, por la vía institucional, y respetando los derechos humanos de todos los involucrados, defiende la justicia y fortalece la democracia.

b) La Responsabilidad de los Medios de Comunicación

Propagar los mensajes de odio también es responsabilidad de los medios de comunicación. Con el pretexto de la diversidad y la libertad, hay algunos medios que promueven cualquier mensaje, incluso aquellos que abiertamente ofenden y denigran a personas o grupos. Otros medios de plano se han convertido en cajas de resonancia de un solo mensaje, y no discriminan en contenidos o personas que propagan mensajes de odio.

c) La responsabilidad de los Individuos

Es la más importante, y es la más eficaz para cortar la cadena de odio. Cada uno de nosotros somos responsables de cuidar nuestras palabras, y de ver al otro como una persona digna de todo mi respeto. Las cadenas de odio se rompen cuando una persona decide no entrar, y genera una fisura en ese flujo que alimenta y propaga.

Por eso, quiero proponerles un breve examen que todos podríamos hacer antes de hablar o escribir algo:

1. Lo que estoy a punto de decir ¿es algo en lo que yo creo, o es sólo la difusión de la idea de alguien más?

2. ¿Hay alguna prueba adecuada de que es verdad?

3. ¿Es útil que yo lo diga?

4. ¿Estoy consciente del daño que le puede ocasionar a alguna persona en concreto?

5. ¿Puedo cambiar el sentido de la conversación con otro enfoque?

A ti y a mí de nada nos sirve confrontarnos. Los únicos que ganan con los discursos de odio son los políticos. Mientras, los negocios y la economía se descomponen, aumentan los distintos tipos de violencia, y se pierde la potencia de una sociedad que si genera puentes.

Como sociedad, no tenemos que estar de acuerdo en todo. Pero podemos estar de acuerdo en una cosa: el odio nos daña a todos.

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